Edil está fastidiado. Está cansado de luchar habitualmente con su hermana menor, pero desconoce el modo de ganarla en algo, vencerla en lo que sea. Coloca su mascota en un escondrijo y espía, espía. Camila baña a Jazmín, le derrama un chorro de agua desde una palangana, y luego otro, y otro. Se relamen de placer. Brincan. Es cuando él comprende la noche oscura del alma, de la que habló un gran poeta en su libro de Comunicación. La noche oscura del alma: el único camino para llegar a un estado místico. Y él quería ser santo, salvar a todos. ¡Salvarse!
Mas de tanto anhelarlo, buscando sus poderes, tomó, en un impulso descontrolado, un bodoque que fue a dar justo en la patita derecha de atrás de Jazmín. Llantos y gritos por doquier de animal y su dueña. Recriminaciones. Amenazas. El combate los enfrentaba ahora anulando las claves de la fraternidad. Ella era instintiva y rápida. Él era planificador y a veces timorato.
Edil es la abreviatura de Edilberto, no el diminutivo. Edilberto es una opción, o Betito. Edil, además de facilitar la pronunciación de tal nombre ataca la costumbre pueblenaria de reducir las palabras ajustándose a la primera sílaba, para que los hablantes no se gasten
inútilmente. El nombre propio: un merengue que representa a una criatura, que la distingue, y habitualmente coincide con las formas de sus orejas y la nariz. Edilberto. Una larga denominación. ¿Cómo la catalogarían a él, por su vibración magnética?
Su amigo Adriano, el de la cuadra del costado de su casa, le había contado que somos seres energéticos rodeados de un potente campo electromagnético. Desde entonces intentó, sin lograrlo unificar energías a las de Camila, en estado de éxtasis sincronizado, formando un vórtice de luz que pudiera limpiar, avivar o activar fecundamente sus coincidencias, haciéndolas fluir en intenciones y acuerdos más auténticos.
Craso error, afanarse demasiado en algo. Ella se burlaba y él se consolaba argumentando que la sátira es el tributo que la mediocridad le dedica al genio, según dijo un gran autor llamado Oscar Wilde. A Camila, ni fu ni fa, presta para endilgarle que el siempre andaba copiando pensamientos rimbombantes de grandes escritores. Y lo tentaba:
¿Edil, Tito, Edilberto, serás Berto o no serás o un veto pondrán al Beto, por las dudas no me meto?
Mejor evitar los problemas, escurrirse… Por ejemplo, a una pregunta directa dar una respuesta de nada que ver: “No sabe, no responde”. De todos modos, la pregunta suele contener en sí misma la respuesta. ¿Tenía que ser así? Si la sacas los signos de interrogación, simplemente “tenía que ser así”. Pero, ¿cómo evadir el asedio de la mascotita, que a ratos parecía besarlo, muac-muac-muac, atributo casi humano para tan pobres funciones que su fabricante le asignó? La cosita podía encenderse y apagarse, manifestar necesidades concretas, pero su interlocución era nula. Sólo pedía. No compartía. ¡Ni siquiera podía competir honradamente con los animalitos que eran mascotas de verdad! Y por supuesto, Camila se lo echó en cara:
Sólo los tontos sueñan con lo irreal. Sólo los tontos quieren lo que no pueden tener Mi corazón elige. Mi voluntad elige.
Edilberto le dijo que lo que ella no veía con los ojos lo veía con la lengua. A lo que Camila, ya en trifulca, contestó con un barullo infernal, inventando un partido de fútbol en el que al mismo tiempo hacía de jugadora, de árbitro, de hincha, de locutora, de público, de analista deportiva y sobre todo de jugadora terrible que mete goles de taquito. ¡Se lo merecía! Hirió sin proponérselo a la dueña de sus
desvelos. Jazmín significaba para ella la posibilidad de ser amada sin condiciones, porque sí. Es decir: lo era todo. Porque amar a alguien es sencillo, nos enseñaron y nos obligaron a hacerlo. ¡Hay que amar! Sin embargo, para ser amados tenemos que hacer muchas piruetas, esfuerzos generalmente vanos, disparates.
Entretanto, la atmósfera de la casa se contagiaba de los modos, usos y costumbres de los demás habitantes de la naturaleza. Las horas pasaban lentamente y se podía sentir el tic-tac de cada segundo que caía en el tiempo, irreversible. ¿Y ahora? ¿Era el bramido de las fiestas semi- domesticadas en el que ocupada un sector enigmático del cosmos? Camila demostraba mucha curiosidad ante elporvenir, mientras Edilberto se conformaba nomás: así vienen las cosas, aceptaba.
-¡Ah, no- se enfurruñaba su hermana-, si nos dejamos distraer por los acontecimientos que vienen y van, la concentración se deshace cual pompa de jabón! O como se suele decir en guaraní: Oparei alcanforas, es decir, se acaba de balde como el alcanfor.
-¡Déjenme en paz, bichas pulgosas! –mascullaba Edil.
Hallándose en esta situación desventajosa, salió de nuevo al paso su conciencia para advertirle:
No hay que desconfiar de ningún entrenamiento. Repitiendo y repitiendo
lo bueno y lo malo aprendes. Así, imitando, imitando. Así copiando, copiando. Eso: calcando, calcando. Remedando, remedando.
Luego, poniéndose seria, le habló en prosa, forma que les resultaba cómoda a todas las conciencias:
De súbito, hallas tu propio registro. Una manera de bailar que sólo es tuya. Para ello hay que ejercitarse. La práctica. Sin pausa y con ganas, hasta comprobar que el dedo se alza amenazando al infinito de una forma singular: la tuya, como nunca jamás nadie lo ha hecho. Así de claro, Edilberto, no te tortures más, muchachito. No te acomplejes por ser distinto. También puedes encubrirte para que no te ataque una manada de bárbaros. Es normal que se manifiesten el rencor y la envidia hacia los humanos muy originales. Son flujos eléctricos que envenenan el planeta. La gente insatisfecha detesta a los ecologistas y expresa su enemistad cortándoles las plumas a los que saben volar. Crean una onda fea que expande a los que saben volar. Crean una onda fea que se expande y te malhumora. Y para qué. Que se embromen los que cultivan tan absurdas emociones.
Así concluyó la conciencia su discurso, e invitó a su joven interlocutor a su joven interlocutor a sumergirse en otros temas, confidenciando:
Edil no ignoraba que era su mascota la que más lo turbaba o alegraba. Se sentía frustrado cuando, aún centrando su atención en ella, con todos los esfuerzos para cuidarla, se mostraba anulada, indiferente. Y había que revivirla sufriendo en carne propia., llevándola escondida al colegio, susurrándole frases originales.